SAN JUAN CRISÓSTOMO, SANTO PATRONO DE ESCRITORES Y PARA TODO AQUEL QUE NECESITE AYUDA PARA COMUNICARSE Y SER ATENDIDO POR SU ELOCUENCIA


Juan de Antioquia cultivó en forma eminente y extraordinaria los valores de la persuasión y de la elocuencia. Por ese motivo fue llamado Crisóstomo, cuya raíz griega quiere decir "pico de oro" o "boca elocuente". 
"Juan, encendido por un fuego interior, arrebataba al pueblo que lo escuchaba, le comunicaba su fuego, entusiasmándolo con imágenes maravillosos y sublimes, y terminaba siempre por convencer y por asombrar." 

 
  
ORACIÓN

¡Oh santo doctor insigne!
Glorioso patrono de los predicadores del Evangelio
de todos los comunicadores,
de los que necesitamos ser escuchados
y elocuentes con nuestras palabras:
atiende nuestra devota súplica
y concédenos tu ayuda e intercesión hoy,
para que seamos bien escuchados
en la causa que nos ocupa y preocupa:

(hacer una petición o exponer el motivo).

!Tu fuiste sal de la tierra y luz del mundo;
predicaste la palabra divina oportuna e inoportunamente,
 pide a Dios nos de pastores y doctores como tu,
e intercede ante Dios, Señor nuestro,
para que nuestra súplica sea escuchada,
pues nuestra fe en ti, es infinita,
así como el amor que procesamos a Dios Padre,
nuestro único creador y Señor. 


San Juan Crisóstomo, envíanos tu elocuencia,
da sentido, rigor y credibilidad a nuestras palabras,
procúranos la atención y entendimiento,
para captar la atención de nuestros oyentes,
de la misma manera que tu lo conseguiste.

Concédenos también, en tu benevolencia,
la gracia de que Dios, atienda nuestra petición,
y que salgamos victoriosos de la prueba
a la que vamos a someternos.

¡ Que así sea, para mayor gloria tuya,
y para beneficio de los que hoy,
 solicitamos tu ayuda y protección!

Amén.

Rezar tres Padrenuestros, Avemaría y Gloria.

De San Juan Crisóstomo es el siguiente fragmento de discurso, tomado al pie de su tribuna o púlpito hace muchos siglos, y conservado hasta nuestros días:
"Id al desierto de los solitarios, contemplad sus cabañas, y os convenceréis cuán fácil es prescindir de lo que reputáis por necesario. Hallo mucho mejor placer en contemplar un vasto desierto poblado de pequeñas celdas donde viven los santos solitarios, que ver un ejército en un campamento, armadas las tiendas, elevadas en alto las picas puntiagudas, colgados los oriflamas de las lanzas, y agitados por el viento; las filas de escudos que heridos del sol esparcen llamas y rayos por todas partes; esa multitud formidable de cabezas de bronce y de hombres de hierro; la tienda del general, semejante a un palacio improvisado, rodeado de guardias y de oficiales, y esa confusión de hombres mezclados entre si, de los cuales unos están bajo las armas, otros corren y se agitan acá y allá bajo un estrépito de trompetas y tambores.
Este espectáculo sin duda llama la atención y produce agradable sorpresa, pero no tiene punto de comparación con el que yo os propongo. Porque si vamos a esos desiertos y reparamos en las tiendas de los soldados de Jesucristo, no hallaremos ni lanzas, ni espadas, ni arma de ninguna clase, ni se ofrecerán a la vista esos paños bordados de oro con que suelen decorarse las tiendas de los emperadores y generales; antes bien, nuestra admiración será semejante a la que sentiríamos al pasar a un país incomparablemente más bello y feliz que el nuestro, viendo de súbito un cielo nuevo extendido sobre una tierra nueva. No; las celdas de nuestros solitarios no tienen que envidiar al cielo mismo, ya que son visitadas por los ángeles y por el Rey de los Angeles.

Su mesa ha desterrado para siempre toda suerte de sensualidad y de lujo. Es siempre pura y sobria, digna de un cristiano. No se ve allí, como en nuestras ciudades, chorrear la sangre de los animales degollados, ni palpitar sus desgarradas carnes. No se perciben ni ese fuego, ni esos humos, ni esos vapores fétidos, ni ese barullo y tumulto, ni refinamiento alguno, producto de la inventiva de los cocineros.
Por todo alimento, pan y agua; ésta, recogida en una fuente vecina; aquél, ganado con el santo trabajo... No se conocen las risas descomedidas, ni el asedio adulatorio y empalagoso de los parásitos...
No hay entre ellos amo o siervo. Todos son siervos y todos son libres. En lo que digo no hay enigma alguno: pues son en verdad siervos los unos de los otros, y amos los unos de los otros. Diríase que moran en uno tierra distinta de la nuestra, y que viven ya en el cielo."
Este breve fragmento muestra la brillante manera en que San Juan Crisóstomo predicaba a las multitudes. No solamente la construcción hermosísima de sus discursos causaba admiración, sino que arrastraba con su acento vibrante y su magnetismo personal.
Pocos oradores sagrados han nacido sobre lo tierra tan eficaces y convincentes como el fogoso maestro de Antioquía.

0 comentarios:

Publicar un comentario

SÍGUEME EN FACEBOOK