SAN FERNANDO, ORACIÓN PARA HACERLE UNA SÚPLICA


ORACIÓN A SAN FERNANDO
 
Santísimo protector mío San Fernando,
cuya Justicia, santidad y perfección
fue muy parecida a la de los Místicos Montes de Dios,
que son los Santos Patriarcas, Apóstoles, y Profetas.
 
Rey Santo cuyo solio sostenía la justicia y el juicio,
Varón justo en obras, en palabras y en pensamientos,
que seguisteis con firmeza la estrecha senda
de la perfección cristiana, hasta llegar
a su más eminente cumbre.

 
Hermoso ejemplar de todas las virtudes,
en las que florecisteis como Palma,
disteis copioso fruto como la Oliva,
y como místico Bálsamo, y fragrante Rosa
habéis exhalado el suave olor de la santidad
de nuestro Señor Jesucristo en toda su Santa Iglesia.
 
Yo os suplico con todas las veras de mi corazón
por la altísima perfección a que llegasteis en vida,
y por la inexplicable gloria que ahora gozáis,
que me alcancéis de la Majestad de mi Dios
el favor que por vuestra intercesión le pido:
(Hacer la petición)
 
 También os ruego, que llegado mi momento
muera yo con la preciosa muerte de los justos,
auxiliado con la gracia de la final perseverancia,
para que después de haber caminado de virtud en virtud
y logrado la bendición del Señor en el término de la vida,
pase a ver al Dios de los Dioses en la Sion dichosa
de la eterna Bienaventuranza.
 
Amén.

 
MUERTE DEL SANTO

A cerca de los últimos momentos de San Fernando, y de su muerte edificante, leemos lo siguiente en un librito dedicado a tan esclarecido varón, publicado por el Apostolado de la Prensa:

 
"Después que el santo rey se despidió tiernamente de la reina y de sus hijos, sólo pensó en disponer su espíritu para presentarse ante su Divina Majestad, multiplicando los actos de fe, esperanza, amor y contrición, y encomendándose muy fervorosamente a la Santísima Virgen, para que le amparase en aquel supremo trance.
 
"Rodeado de los prelados y sacerdotes, que siempre le seguían, todas las oraciones establecidas por la Iglesia para ayudar a un alma a salvar el misterioso puente que une el tiempo con la eternidad fueron recitadas por los ministros del Señor que en aquel supremo trance auxiliaban a San Fernando, y contestadas por éste con una firmeza de voz y una entereza de espíritu que más parecía uno de los oficiantes que el moribundo por quien aquellas oraciones se rezaban.
 
"De este modo pasó toda la noche del 29 de mayo de 1252, y cuando comenzaba a apuntar el día 30, conociendo que eran ya pocos los instantes que le quedaban de existencia, pidió una vela bendita, y teniéndola en una de sus manos hizo su última protestación de fe, precedida de estas hermosas palabras:
 
«Señor —dijo clavando los ojos en el crucifijo que con la otra mano tenía—, el reino que me disteis os devuelvo; no lo recibí como puro donativo ni como préstamo, lo recibí para adelantarle, y así os lo devuelvo con aumentos, bien que en estos mismos me reconozco segunda vez deudor, pues la menor parte ha sido mía, y el todo, vuestro. Me disteis la vida, y en ella los años que fue vuestra voluntad, con que estoy tan conforme, que os la devuelvo gustoso cuando la pedís, y con ella el alma. Desnudo salí, Señor y Redentor mío, del vientre de mi madre, y desnudo me ofrezco a la tierra.»
 
"Era por todo extremo conmovedor el espectáculo de humildad que daba aquel santo monarca, que había pasado la vida haciendo bien y practicando hasta el heroísmo todas las virtudes, al pedir con lágrimas de arrepentimiento que le perdonasen las culpas imaginarias que sólo el bajo concepto que de sí mismo tenía le hacían parecer como ciertas. Los que estaban presentes no podían contener sus sollozos, y el pensamiento de que iban a verse privados de un rey tan bueno llenaba sus corazones de un dolor acerbísimo, sólo mitigado por la consideración de que desde las mansiones de la bienaventuranza su alma iba a gozar del premio que merecía su santidad.
 
"Sólo un soplo de vida quedaba ya a San Fernando cuando de nuevo pidió la vela con que había hecho su última protestación de fe, y reuniendo en un supremo esfuerzo las escasas energías que le quedaban, comenzó a rezar el Credo con un fervor que colmó la edificación de los que le rodeaban.
 
"Pero aquel heroico esfuerzo para confesarse a Jesucristo era mucho más grande de lo que permitía su extenuado organismo, y apenas pronunció los primeros versículos del Símbolo de los Apóstoles, inclinó la cabeza, entregando al Señor su alma con la serena tranquilidad del justo.
 
"Así murió aquel rey, el más glorioso de España, que habiendo vivido como héroe en los campos de batalla, supo ser todavía más heroico en su lucha con la muerte, a la que venció también, trocando su fugaz existencia en la tierra por la vida eterna que Dios reserva a sus escogidos.
 
"Pronto cundió por toda Sevilla la triste nueva de la muerte del santo rey, y el sentimiento de duelo que produjo en todos sus habitantes fue grande y clamoroso."

 

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